AMIGOS ETERNOS
Creo que fue un tarde de invierno, uno de esos días tristes de cielo plomizo que me encerré en lo más profundo de mis soledades a hacer limpieza general. Desempolvando recuerdos y vivencias me di cuenta que mi autoestima se había extraviado por algún rincón de mi existencia y no lograba recuperarla.
Más de veinte años de matrimonio, tres hijos que adoro, pero que ya no me necesitan, un marido obsesionado en su trabajo, en la perfección de todo cuanto hacía y yo perdida vagando entre el hastío y la monotonía. Esa era la imagen que se reflejaba cuando me miraba en los espejos del desván donde atesoro mi paupérrima historia. Mi trabajo era la única evasión a tanto aburrimiento.
Mi hijo mayor se empeñó en enseñarme a navegar por internet para que matara mis horas muertas. Y comencé a matarlas entre bostezos y desalientos. Qué podría darme a mí una pantalla llena de información que no necesitaba, además ya tenía en mi despacho de la oficina conexión a internet y nunca la utilizaba. Una noche que tras discutir con mi marido me encontraba desvelada prendí esta milagrera máquina y me decidí a entrar a un chat. Un chileno me dio conversación, le seguí la corriente y platicamos, cuando me di cuenta, llevaba varias horas de amena charla con aquel tipo educado y seductor. Me despedí. En aquel momento no albergaba intención alguna de volver a verlo ni tan siquiera de volver a conectarme de nuevo a ningún chat.
Me acosté pensando en la charla que había mantenido, realmente había ocupado varias horas entretenida y sin darme cuenta me vi cada noche entrando al chat en busca de mi chilenito. Tardé varios días en volver a verlo, mientras fui conociendo a otros personajes que, obviamente, también eran seductores empedernidos como son casi todos los que se conectan a los chats pero sin comparación con él
Fuimos edificando entre ambos un sueño bonito, me telefoneaba, me dedicaba elogios y carantoñas que yo ya había olvidado, comencé a ir reconstruyendo esa estima que estaba hecha añicos. Soñamos con vernos, pero la distancia que separa España de Chile es mucha distancia y más para una mujer casada. El sueño iba tomando forma y me encantaba soñar cada día con ese encuentro.
Un noche mientras esperaba en silencio, un tipo raro, español como yo, me abordó con una extraña historia, según él me buscaba desde hacía años, no a mí personalmente, sino al personaje que representaba mi apodo en el chat, me decía cosas tan extrañas que supuse que me estaba tomando el pelo, que era un sarcástico burlón, pero, sin embargo, parecía que él hablaba en serio y eso despertó mi la curiosidad, le di mi dirección electrónica y él me brindo la suya, me invitó a visitar su pagina web y pude comprobar que esa búsqueda alocada de la que él me hablaba era cierta, en su página dedicaba toda una narración a un personaje femenino que usaba el mismo nombre que yo utilizaba como apodo en el chat.
Congeniamos, poco a poco fuimos desnudando nuestras almas y solidificando una buena amistad, amistad que en ocasiones se disfrazaba de encanto y atracción. El deseo de conocernos se hizo cada día más necesario, el vivía a cinco horas de Barcelona y el encuentro no era una utopía.
Poco a poco, casi sin darme cuenta, me fui distanciando del chileno y buscando a mi nuevo amigo . Antes de aceptar la inapelable intuición de mi corazón, quise que mi cabeza juzgara cual de los dos se mostraba sincero, los puse a ambos a prueba, me disfrace en el chat con otros apodos e intenté seducirlos sin que supieran que era yo. El chileno cayó en mi trampa y se descubrió, me mostró sin el saberlo su verdadero rostro, yo nada le importaba, él sólo buscaba entretenimiento y cualquier mujer era el objeto de sus elogios. Cuando cayó en mi juego, citándome en un bar de Santiago para un encuentro amoroso, le desvelé mi verdadera identidad y lo mandé fuera de mi vida.
Opté por verme sólo con mi amigo español, por nuestras conversaciones fueron desfilando mis hastíos, mi subestima y mi cansancio y él paciente me iba inyectando cada día un poco de su pócima de optimismo, al cabo de unos meses decidimos conocernos.
Los días anteriores a nuestro encuentro afloraron mis contradicciones, me daba vergüenza y miedo conocerlo, sin embargo lo deseaba con todo mi alma. Y llegó el día del encuentro, mi marido pasaba por una fechas de mucho trabajo y podría dedicarle a mi amigo casi los dos días completos de su estancia en mi ciudad, pero sin sus noches, mis obligaciones de esposa y madre me lo impedían. El reservó un hotel cercano a la estación, acordamos que yo iría a esperarlo.
Cuando los altavoces informaron de la llegada de su autobús me escondí parapetándome tras una columna, no quería que me viera desde lejos, prefería un encuentro frente a frente, el descendió del autobús y su mirada recorrió el andén buscándome, fue entonces cuando salí de mi trinchera a su encuentro, nos miramos y en ambos floreció una sincera sonrisa, nos abrazamos y... fuera del guión, nos besamos.
Lo acompañé al hotel y ya no salimos hasta que las sombras de la noche inundaban la ciudad. Nos amamos. Por primera y única vez en mi vida, fui infiel a mi esposo y... no me sentí culpable. Mi amigo me amó con plena sinceridad, sin importarle la miserias físicas de un cuerpo cuarentón. Lo que más me cautivó, fue su ternura, sus caricias y el que después de años de sentirme una autista, otro ser humano se interesaba por mí y me escuchaba.
Aquellas largas horas me ayudaron a reencontrarme conmigo misma, cuando me despedí de él para ir a mi casa, mientras conducía mi automóvil por la calles sonreía, había recobrado milagrosamente la sonrisa perdida en algún rincón de mi vida. No dormí aquella noche, las horas pasaron reviviendo cada instante de nuestro encuentro, haciendo planes para el día siguiente y dejando volar mi imaginación hacia el reino de las utopías.
Al día siguiente me levante muy temprano, compré unos bollos y me encaminé a despertarlo para desayunar juntos, ese segundo día es mi recuerdo más bello de los últimos años, lo pasamos paseando y charlando, comimos juntos y por la tarde estuvimos en un jardín hasta que anocheció. No recuerdo haber estado tan viva en mi vida. En aquellas horas paseando y charlando relajados árboles ornamentales y matorrales floridos volví a renacer, a sentirme mujer, hasta estuve con deseos de amarlo allí, en cualquier rincón, tras los helechos arbóreos o bajo la sombra de un cedro, fue una tarde de hechizo y un nuevo despertar a la vida.
Cuando nos despedimos en la estación le di un beso, me di la vuelta y partí corriendo, no quise mirar hacia atrás, no quise guardar en mi memoria aquel momento de la despedida ni que él me viera llorar.
A partir de aquel momento comencé a enfrentarme a mi propia existencia, a mi cruel realidad, comencé a decir no, cuando debía decir no y a exigir respeto por mi persona, a observar a mi familia y darme cuenta donde había naufragado mi autoestima. Comencé a pensar en la separación, lo comenté con mi amigo, él me hizo prometer que no tomaría una decisión impulsivamente, que me diera un año de plazo antes de tomar esa fatal decisión y que mientras, luchara para intentar recomponer mi matrimonio, le hice caso y en esas sigo.
Durante estos largos meses nuestra amistad se ha ido consolidando día a día, mi amigo siempre está cuando lo necesito y yo siempre le brindo mi compañía, recientemente él ha atravesado una situación delicada en su matrimonio y he sido yo quien le ha aconsejado lo mismo que el me aconsejó a mí, ahora pasamos horas conversando, ambos sabemos que nos queremos, somos buenos amigos y nos podemos ayudar aun en la distancia, no hay charlas eróticas entre nosotros, vivimos nuestra realidad cotidiana y cuando la mareas del hastío nos ahogan, juntos vamos a refugiarnos en un rinconcito de internet para animarnos, a veces aún soñamos que algún día quizás podamos envejecer juntos, mirando el mar, pero mientras tanto, seguimos siendo los mejores amigos, amigos del alma, amigos eternos.
(Anónimo)
Más de veinte años de matrimonio, tres hijos que adoro, pero que ya no me necesitan, un marido obsesionado en su trabajo, en la perfección de todo cuanto hacía y yo perdida vagando entre el hastío y la monotonía. Esa era la imagen que se reflejaba cuando me miraba en los espejos del desván donde atesoro mi paupérrima historia. Mi trabajo era la única evasión a tanto aburrimiento.
Mi hijo mayor se empeñó en enseñarme a navegar por internet para que matara mis horas muertas. Y comencé a matarlas entre bostezos y desalientos. Qué podría darme a mí una pantalla llena de información que no necesitaba, además ya tenía en mi despacho de la oficina conexión a internet y nunca la utilizaba. Una noche que tras discutir con mi marido me encontraba desvelada prendí esta milagrera máquina y me decidí a entrar a un chat. Un chileno me dio conversación, le seguí la corriente y platicamos, cuando me di cuenta, llevaba varias horas de amena charla con aquel tipo educado y seductor. Me despedí. En aquel momento no albergaba intención alguna de volver a verlo ni tan siquiera de volver a conectarme de nuevo a ningún chat.
Me acosté pensando en la charla que había mantenido, realmente había ocupado varias horas entretenida y sin darme cuenta me vi cada noche entrando al chat en busca de mi chilenito. Tardé varios días en volver a verlo, mientras fui conociendo a otros personajes que, obviamente, también eran seductores empedernidos como son casi todos los que se conectan a los chats pero sin comparación con él
Fuimos edificando entre ambos un sueño bonito, me telefoneaba, me dedicaba elogios y carantoñas que yo ya había olvidado, comencé a ir reconstruyendo esa estima que estaba hecha añicos. Soñamos con vernos, pero la distancia que separa España de Chile es mucha distancia y más para una mujer casada. El sueño iba tomando forma y me encantaba soñar cada día con ese encuentro.
Un noche mientras esperaba en silencio, un tipo raro, español como yo, me abordó con una extraña historia, según él me buscaba desde hacía años, no a mí personalmente, sino al personaje que representaba mi apodo en el chat, me decía cosas tan extrañas que supuse que me estaba tomando el pelo, que era un sarcástico burlón, pero, sin embargo, parecía que él hablaba en serio y eso despertó mi la curiosidad, le di mi dirección electrónica y él me brindo la suya, me invitó a visitar su pagina web y pude comprobar que esa búsqueda alocada de la que él me hablaba era cierta, en su página dedicaba toda una narración a un personaje femenino que usaba el mismo nombre que yo utilizaba como apodo en el chat.
Congeniamos, poco a poco fuimos desnudando nuestras almas y solidificando una buena amistad, amistad que en ocasiones se disfrazaba de encanto y atracción. El deseo de conocernos se hizo cada día más necesario, el vivía a cinco horas de Barcelona y el encuentro no era una utopía.
Poco a poco, casi sin darme cuenta, me fui distanciando del chileno y buscando a mi nuevo amigo . Antes de aceptar la inapelable intuición de mi corazón, quise que mi cabeza juzgara cual de los dos se mostraba sincero, los puse a ambos a prueba, me disfrace en el chat con otros apodos e intenté seducirlos sin que supieran que era yo. El chileno cayó en mi trampa y se descubrió, me mostró sin el saberlo su verdadero rostro, yo nada le importaba, él sólo buscaba entretenimiento y cualquier mujer era el objeto de sus elogios. Cuando cayó en mi juego, citándome en un bar de Santiago para un encuentro amoroso, le desvelé mi verdadera identidad y lo mandé fuera de mi vida.
Opté por verme sólo con mi amigo español, por nuestras conversaciones fueron desfilando mis hastíos, mi subestima y mi cansancio y él paciente me iba inyectando cada día un poco de su pócima de optimismo, al cabo de unos meses decidimos conocernos.
Los días anteriores a nuestro encuentro afloraron mis contradicciones, me daba vergüenza y miedo conocerlo, sin embargo lo deseaba con todo mi alma. Y llegó el día del encuentro, mi marido pasaba por una fechas de mucho trabajo y podría dedicarle a mi amigo casi los dos días completos de su estancia en mi ciudad, pero sin sus noches, mis obligaciones de esposa y madre me lo impedían. El reservó un hotel cercano a la estación, acordamos que yo iría a esperarlo.
Cuando los altavoces informaron de la llegada de su autobús me escondí parapetándome tras una columna, no quería que me viera desde lejos, prefería un encuentro frente a frente, el descendió del autobús y su mirada recorrió el andén buscándome, fue entonces cuando salí de mi trinchera a su encuentro, nos miramos y en ambos floreció una sincera sonrisa, nos abrazamos y... fuera del guión, nos besamos.
Lo acompañé al hotel y ya no salimos hasta que las sombras de la noche inundaban la ciudad. Nos amamos. Por primera y única vez en mi vida, fui infiel a mi esposo y... no me sentí culpable. Mi amigo me amó con plena sinceridad, sin importarle la miserias físicas de un cuerpo cuarentón. Lo que más me cautivó, fue su ternura, sus caricias y el que después de años de sentirme una autista, otro ser humano se interesaba por mí y me escuchaba.
Aquellas largas horas me ayudaron a reencontrarme conmigo misma, cuando me despedí de él para ir a mi casa, mientras conducía mi automóvil por la calles sonreía, había recobrado milagrosamente la sonrisa perdida en algún rincón de mi vida. No dormí aquella noche, las horas pasaron reviviendo cada instante de nuestro encuentro, haciendo planes para el día siguiente y dejando volar mi imaginación hacia el reino de las utopías.
Al día siguiente me levante muy temprano, compré unos bollos y me encaminé a despertarlo para desayunar juntos, ese segundo día es mi recuerdo más bello de los últimos años, lo pasamos paseando y charlando, comimos juntos y por la tarde estuvimos en un jardín hasta que anocheció. No recuerdo haber estado tan viva en mi vida. En aquellas horas paseando y charlando relajados árboles ornamentales y matorrales floridos volví a renacer, a sentirme mujer, hasta estuve con deseos de amarlo allí, en cualquier rincón, tras los helechos arbóreos o bajo la sombra de un cedro, fue una tarde de hechizo y un nuevo despertar a la vida.
Cuando nos despedimos en la estación le di un beso, me di la vuelta y partí corriendo, no quise mirar hacia atrás, no quise guardar en mi memoria aquel momento de la despedida ni que él me viera llorar.
A partir de aquel momento comencé a enfrentarme a mi propia existencia, a mi cruel realidad, comencé a decir no, cuando debía decir no y a exigir respeto por mi persona, a observar a mi familia y darme cuenta donde había naufragado mi autoestima. Comencé a pensar en la separación, lo comenté con mi amigo, él me hizo prometer que no tomaría una decisión impulsivamente, que me diera un año de plazo antes de tomar esa fatal decisión y que mientras, luchara para intentar recomponer mi matrimonio, le hice caso y en esas sigo.
Durante estos largos meses nuestra amistad se ha ido consolidando día a día, mi amigo siempre está cuando lo necesito y yo siempre le brindo mi compañía, recientemente él ha atravesado una situación delicada en su matrimonio y he sido yo quien le ha aconsejado lo mismo que el me aconsejó a mí, ahora pasamos horas conversando, ambos sabemos que nos queremos, somos buenos amigos y nos podemos ayudar aun en la distancia, no hay charlas eróticas entre nosotros, vivimos nuestra realidad cotidiana y cuando la mareas del hastío nos ahogan, juntos vamos a refugiarnos en un rinconcito de internet para animarnos, a veces aún soñamos que algún día quizás podamos envejecer juntos, mirando el mar, pero mientras tanto, seguimos siendo los mejores amigos, amigos del alma, amigos eternos.
(Anónimo)
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