AMOR A PRIMERA VISTA
Jamás me han interesado en mundo virtual y mucho menos los chats, el refugio donde escondo mis soledades siempre ha sido la penumbra de una habitación en armonioso silencio sepulcral, roto únicamente por la música de Wagner. Desde que tengo recuerdos siempre he estado embriagado por ese universo dramático de este compositor y de su ambicioso propósito de crear la "obra de arte total", los personajes mitológicos y de ficción que utilizó tienen entre ellos una interrelación que nos lleva a un elevado cosmos en el que el hombre mortal queda relegado a una especie de existencia pasiva, desconocedor de estos entes superiores cuyas vidas sufren unas pasiones marcadamente humanas. No soy su único admirador, el filósofo Nietzsche admiró profundamente a Wagner y su concepción de este cosmos mitológico, quizá por ello el primer día que entre por curiosidad a un chat use el sobrenombre de Parsifal, nombre deuno de sus personajes, un apodo que me encaja bastante bien por mi constante búsqueda en la vida, búsqueda que perseguiré hasta alcanzar ese tesoro que en algún lugar debe existir, en compañía del cual uno pueda sentirse al fin en paz, equilibrado, sin ansiedad, llámese una mujer, el conocimiento, un estado de conciencia, llámese "el Santo Grial", cuya búsqueda y custodia ocupaba al caballero Parsifal.
Cada mes nos reunimos dos tardes un grupo de amigos de aficiones herméticas para conocernos y estudiar juntos como avanzar en este laberinto de dudas que es la existencia humana, tras la reunión cenamos en torno a una mesa redonda donde charlamos relajados entre bromas y conversaciones serias. En este grupo hay un compañero que frecuenta los chats desde hace años, Juan normalmente no hablaba de ello, aunque todos sabemos que a través de esas relaciones ha viajado a muchos lugares de España y Latinoamérica para encontrarse con sus amistades, femeninas por supuesto y sospechábamos que ha disfrutado con ello. En el pequeño grupo hay otro compañero, Cesar que es exageradamente tímido con las mujeres, un hombre cuarentón que jamás había tenido una novia ni sexo con ninguna mujer si no es pagando. Durante varios años en todas las cenas Juan aconsejaba a cesar que se conectara a la internet y entrara a los chats, allí – le repetía una y otra vez- encontraras mujeres con las que hablar, sembrando buenas amistades que algún día puedan florecer en una relación real. Cesar aparentemente se negaba a escucharlo y digo aparentemente porque un noche en plena cena rompió con su acostumbrado silencio para narrarnos de un modo casi infantil que una joven madrileña se había enamorado de él en el chat y que vendría a San Sebastián a conocerlo.
Todos nos quedamos petrificados, nuestro amigo Cesar por primera vez en sus largos cuarenta años había coqueteado con una mujer y la estaba seduciendo.
A esa cena siguieron otras y muchas más y en cada cena Cesar se explayaba con todo lujo de detalles narrándonos sus conquistas, su constancia en el monotema del chat nos hartaba a todos y teníamos que cortarle sus interminables narraciones con todo tipo de bromas.
Quiso el destino que una tarde me quedara solo en el despacho, tenía programada una visita de un cliente francés, se retraso por el mal tiempo y me telefoneo disculpándose y rogándome que lo esperara aunque llegaría tarde a la cita. Yo estaba aburrido y decidí conectar mi computadora, pensé que mi amigo Cesar estaría a esas horas en el chat y decidí ir a husmear, ver con mis propios ojos como se desenvolvía en sus conversaciones con las mujeres para luego tomarle el pelo y reírnos un poco todos con él.
Cuando quise entrar al chat me pidieron un sobrenombre, me puse Parsifal y entré decidido a buscar a mi amigo Cesar. Justo conectarme salude a los presentes y una dama me envió un mensaje privado, comencé a hablar con ella, me explico como hacerlo sin que los demás miembros del chat pudieran leer lo que yo escribía. Cuando llegó mi cliente yo ya tenía el número de teléfono de la dama y una cita para el día siguiente en el mismo chat.
En aquella época mi relación de pareja sucumbía dando tumbos entre el hastío y la monotonía, yo ya había pedido a mi compañera que se buscara otro lugar para vivir, ya habíamos puesto fecha de caducidad a nuestra relación, aquel encuentro aceleró nuestra ruptura, dos semanas después me cite con la dama del chat, concretamos nuestro encuentro en una ciudad a medio camino, entre su ciudad y la mía.
Aquel sábado en que viaje a conocerla lo mantuve en el más estricto silencio ni a mis amigos les confié mi locura, porque sinceramente pensaba que yo no estaba cuerdo, iba a encontrarme con una mujer con la que habia conocido en un chat y por teléfono habíamos tenido algunas pocas conversaciones. Sin embargo algo me empujaba a buscarla, el nivel de confianza que nos habías otorgado el uno al otro en tan poco tiempo, nunca lo había tenido con nadie, ni incluso, con ninguna de mis parejas.
Mientras conducía mi coche hacia nuestro encuentro estuve tentado de girar y volverme a casa, pero proseguí el viaje, el enigma, la curiosidad eran más fuertes que mi sentido del ridículo. Al llegar ala ciudad convenida aparqué mi coche discretamente a un prudente distancia del lugar de encuentro, pensé que si la veía de lejos y no me gustaba, podría desandar lo andado y llamarla por teléfono poniéndole cualquier excusa.
Me acerque sigiloso hacia la plazuela donde nos habíamos citado, yo observaba a todas las mujeres que pasaban por el lugar, ella parecía no estar allí, de nuevo mi mente comenzó a bombardearme con argumentos racionales, no le encontraba sentido a esa cita a ciegas, de pronto todos mis pensamientos se esfumaron, un joven, gorda, fea y mal vestida apareció en escena, llevaba un traje rojo, tal y como habíamos convenido, mi decisión ya estaba tomada, me iba sin saludarla cuando sonó el teléfono, era su voz reclamándome donde me encontraba, giré la cabeza y vi que la dama que había sospechado que pudiera ser ella, no estaba hablando por teléfono, no podía ser ella, volví a escudriñar toda la plaza y al fondo una también con traje rojo hablaba por teléfono, a través del teléfono nos fuimos dirigiendo hasta darnos de bruces el uno contra el otro.
No se cuantos segundos pasamos mirándonos en silencio, sólo recuerdo mis ojos petrificados en su mirada, el abrazo y el larguísimo beso con que rompimos el muro de nuestro pudor. Pasamos todo el fin de semana juntos visitando la ciudad, el lunes a mi vuelta al trabajo decidí llamarla y desde aquel día nos llamaos a diario, nos encontramos los fines de semana, viajamos juntos y estamos haciendo planes para casarnos.
No volví al chat, yo no lo necesito porque el refugio donde escondo mis soledades siempre ha sido y sigue siendo la penumbra de una habitación en armonioso silencio sepulcral, roto únicamente por la música de Wagner
(AnÓnimo)
Cada mes nos reunimos dos tardes un grupo de amigos de aficiones herméticas para conocernos y estudiar juntos como avanzar en este laberinto de dudas que es la existencia humana, tras la reunión cenamos en torno a una mesa redonda donde charlamos relajados entre bromas y conversaciones serias. En este grupo hay un compañero que frecuenta los chats desde hace años, Juan normalmente no hablaba de ello, aunque todos sabemos que a través de esas relaciones ha viajado a muchos lugares de España y Latinoamérica para encontrarse con sus amistades, femeninas por supuesto y sospechábamos que ha disfrutado con ello. En el pequeño grupo hay otro compañero, Cesar que es exageradamente tímido con las mujeres, un hombre cuarentón que jamás había tenido una novia ni sexo con ninguna mujer si no es pagando. Durante varios años en todas las cenas Juan aconsejaba a cesar que se conectara a la internet y entrara a los chats, allí – le repetía una y otra vez- encontraras mujeres con las que hablar, sembrando buenas amistades que algún día puedan florecer en una relación real. Cesar aparentemente se negaba a escucharlo y digo aparentemente porque un noche en plena cena rompió con su acostumbrado silencio para narrarnos de un modo casi infantil que una joven madrileña se había enamorado de él en el chat y que vendría a San Sebastián a conocerlo.
Todos nos quedamos petrificados, nuestro amigo Cesar por primera vez en sus largos cuarenta años había coqueteado con una mujer y la estaba seduciendo.
A esa cena siguieron otras y muchas más y en cada cena Cesar se explayaba con todo lujo de detalles narrándonos sus conquistas, su constancia en el monotema del chat nos hartaba a todos y teníamos que cortarle sus interminables narraciones con todo tipo de bromas.
Quiso el destino que una tarde me quedara solo en el despacho, tenía programada una visita de un cliente francés, se retraso por el mal tiempo y me telefoneo disculpándose y rogándome que lo esperara aunque llegaría tarde a la cita. Yo estaba aburrido y decidí conectar mi computadora, pensé que mi amigo Cesar estaría a esas horas en el chat y decidí ir a husmear, ver con mis propios ojos como se desenvolvía en sus conversaciones con las mujeres para luego tomarle el pelo y reírnos un poco todos con él.
Cuando quise entrar al chat me pidieron un sobrenombre, me puse Parsifal y entré decidido a buscar a mi amigo Cesar. Justo conectarme salude a los presentes y una dama me envió un mensaje privado, comencé a hablar con ella, me explico como hacerlo sin que los demás miembros del chat pudieran leer lo que yo escribía. Cuando llegó mi cliente yo ya tenía el número de teléfono de la dama y una cita para el día siguiente en el mismo chat.
En aquella época mi relación de pareja sucumbía dando tumbos entre el hastío y la monotonía, yo ya había pedido a mi compañera que se buscara otro lugar para vivir, ya habíamos puesto fecha de caducidad a nuestra relación, aquel encuentro aceleró nuestra ruptura, dos semanas después me cite con la dama del chat, concretamos nuestro encuentro en una ciudad a medio camino, entre su ciudad y la mía.
Aquel sábado en que viaje a conocerla lo mantuve en el más estricto silencio ni a mis amigos les confié mi locura, porque sinceramente pensaba que yo no estaba cuerdo, iba a encontrarme con una mujer con la que habia conocido en un chat y por teléfono habíamos tenido algunas pocas conversaciones. Sin embargo algo me empujaba a buscarla, el nivel de confianza que nos habías otorgado el uno al otro en tan poco tiempo, nunca lo había tenido con nadie, ni incluso, con ninguna de mis parejas.
Mientras conducía mi coche hacia nuestro encuentro estuve tentado de girar y volverme a casa, pero proseguí el viaje, el enigma, la curiosidad eran más fuertes que mi sentido del ridículo. Al llegar ala ciudad convenida aparqué mi coche discretamente a un prudente distancia del lugar de encuentro, pensé que si la veía de lejos y no me gustaba, podría desandar lo andado y llamarla por teléfono poniéndole cualquier excusa.
Me acerque sigiloso hacia la plazuela donde nos habíamos citado, yo observaba a todas las mujeres que pasaban por el lugar, ella parecía no estar allí, de nuevo mi mente comenzó a bombardearme con argumentos racionales, no le encontraba sentido a esa cita a ciegas, de pronto todos mis pensamientos se esfumaron, un joven, gorda, fea y mal vestida apareció en escena, llevaba un traje rojo, tal y como habíamos convenido, mi decisión ya estaba tomada, me iba sin saludarla cuando sonó el teléfono, era su voz reclamándome donde me encontraba, giré la cabeza y vi que la dama que había sospechado que pudiera ser ella, no estaba hablando por teléfono, no podía ser ella, volví a escudriñar toda la plaza y al fondo una también con traje rojo hablaba por teléfono, a través del teléfono nos fuimos dirigiendo hasta darnos de bruces el uno contra el otro.
No se cuantos segundos pasamos mirándonos en silencio, sólo recuerdo mis ojos petrificados en su mirada, el abrazo y el larguísimo beso con que rompimos el muro de nuestro pudor. Pasamos todo el fin de semana juntos visitando la ciudad, el lunes a mi vuelta al trabajo decidí llamarla y desde aquel día nos llamaos a diario, nos encontramos los fines de semana, viajamos juntos y estamos haciendo planes para casarnos.
No volví al chat, yo no lo necesito porque el refugio donde escondo mis soledades siempre ha sido y sigue siendo la penumbra de una habitación en armonioso silencio sepulcral, roto únicamente por la música de Wagner
(AnÓnimo)
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